Los típicos regalos de un argentino para sus amigos de otros países son alfajores, dulce de leche y vinos. No es casual que estos tres rubros ocupen una importante superficie en el Free Shop de la sala de embarque del aeropuerto de Ezeiza. Si se fijan, en el Free Shop de la salida casi no existen estos rubros, y la delantera la toman los chocolates, los perfumes y el whisky.
Muchísimas veces he transportado una o dos botellas de vino para regalar. Antes del 9/11, lo habitual era que uno llevara esas botellas consigo en la cabina para evitar accidentes. Es sabido que los muchachos que realizan la estiba del equipaje, en su entusiasmo, muchas veces pueden manipular de manera un tanto brusca las valijas. A partir de las medidas de seguridad que trajo la caída de las torres esto ya no es posible -me refiero a llevar las botellas en la cabina, no a la forma en que se desempeñan los compañeros que se ocupan del equipaje. Probablemente los aviones viajen más seguros, pero el vino -y la ropa que comparte con él la críptica intimidad de la valija- ya no.