El gobierno alemán rechazó la posibilidad implementar medidas similares a las previstas en los llamados acuerdos Oliviennes (en Francia) porque “sería incompatible con la legislación alemana sobre la privacidad de la información y las telecomunicaciones”, según le habría indicado la Ministra de Justicia alemana Brigitte Zypries a las mayores empresas proveedoras de internet de ese país.
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Monty Python: otro In Rainbows
Hace un tiempo Radiohead decidió ofrecer por internet y de forma gratuita la versión completa de su disco In Rainbows. Ratificando lo que ya muchos artistas señalaban -y contradiciendo las profecías apocalípticas de las discográficas-, la iniciativa resultó ser un gran negocio para la banda: mediante las contribuciones voluntarias de quienes se descargaban el disco recaudaron mucho más que si se hubieran limitado a los canales tradicionales de distribución.
Ahora Monty Python ha ido por su propio In Rainbows: conscientes de que sus videos circulaban por YouTube sin ningún control, decidieron abrir su propio canal en ese sitio y poner a disposición todos sus videos en versiones de alta calidad.
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Los muertos que vos matás…
… gozan de mucho más que buena salud: según datos difundidos por la Federación Internacional de la Industria Fonográfica y recogidos por el diario La Nación, la industria de la música lleva 6 años de crecimiento ininterrumpido y en el último año éste significó un 25 % respecto del año anterior. Pese a las redes p2p, a la copia en medios digitales y a los malvados piratas, que cada tanto inspiran comunicados catastróficos a los amanuenses del sector que suponen que compartir música equivale a matar a los músicos.
El título de la nota en La Nación sin embargo es revelador: “El 95% de las descargas de música de Internet no son autorizadas”. En lugar de festejar su impactante crecimiento en un mundo en recesión, las discográficas siguen obsesionadas con tomar de rehenes a sus clientes.
Equivale a persistir en errores evidentes. Como dice Eric Nicoli, ex gerente de EMI, al final de la nota: “La industria es extremadamente hostil ante cualquier cambio. Esa postura no fue precisamente de gran ayuda cuando quedaron inauguradas las posibilidades digitales”.
Copyright y redes P2P: ¿El cielo o el infierno de los creadores?
Publicado en Crítica de la Argentina en su edición del 25 de junio de 2008 bajo el título “En defensa de pata de palo”.
De una simple regulación industrial…
Quizás el primer conflicto documentado entre la industria cultural y un grupo heterogéneo que hoy en honor a la brevedad (pero no a la exactitud) sería estigmatizado con el nombre de “piratas”, haya tenido lugar en Gran Bretaña a fines del siglo XVII. La imprenta de tipos móviles, popularizada y perfeccionada luego de algunos siglos, permitía la producción seriada de libros; el avance de la alfabetización junto al desarrollo de determinados sectores sociales (una burguesía floreciente, una burocracia gubernamental en expansión) dio paso a un mercado ávido de estos bienes sofisticados.
En aquel entonces los editores londinenses reclamaban derechos exclusivos de publicación a perpetuidad cuando adquirían un original. Pero lejos de Londres otros imprenteros ignoraban este novedoso reclamo y ponían a la venta los mismos libros a un precio que no incluía el impuesto monopólico que se cobraba en la metrópolis.
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Freno al patoterismo de las discográficas
En Italia, el atropello que ahora se consiente legalmente en Francia y que en Argentina es pan de cada día, ha sido puesto en su lugar por la Autoridad italiana para la Protección de la Privacidad: monitorear la actividad de los usuarios de internet para ver si intercambian archivos por ese medio es una violación al secreto de las comunicaciones privadas.
La Autoridad italiana para la Protección de la Privacidad determinó que estos procedimientos [la realización de actividades sistemáticas de control] son ilegales, ya que la directiva europea sobre telecomunicaciones prohíbe a las compañías privadas efectuar controles masivos de datos.
Via Mangas Verdes.
El virus fascista se expande por Europa…
No habrá en Gran Bretaña una Carla Bruni susurrando al oído de un Sarkozy “no dejes que pirateen mis canciones, mi amor”, e inspirando medidas fascistas como los acuerdos Oliviennes.
El desprecio por la privacidad, el secuestro de la información personal y la extorsión de una industria obsoleta y decadente no requieren de una sugerente voz femenina para medrar entre gobernantes que -quiero creer- ignoran por un lado y no se preocupan por comprender, por otro, de qué se trata internet y cuál es su impacto en la vida cotidiana. Tan es así, que Gran Bretaña está por imitar a Francia y se encuentra considerando un proyecto de ley que “obligará a los proveedores de acceso a Internet a convertirse en policías, monitorizar el tráfico y denunciar a sus usuarios, o a recibir sanciones si no lo hacen”.
Apriete y amenazas
O, como lo definió un usuario “soy el primer boludo al que le pasa”: CAPIF, en linea con la política de las grandes discográficas, está intimando a usuarios de programas de intercambio de archivos y forzando acuerdos extrajudiciales para que paguen importantes multas por bajar música de la web.
No se trata de una estrategia nueva, pero es nueva la nota de Rolling Stones con la crónica de los hechos.
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Acuerdos Oliviennes: la censura no existe, mi amor
Hace pocos días comentábamos el inquietante avance sobre la privacidad que muchos gobiernos protagonizan en nombre de la seguridad. También hemos dado cuenta de los riesgos que conlleva este sofisma tan declamado pero tan absurdo que es la supuesta incompatibilidad entre seguridad y privacidad.
Otro tema recurrente en este blog ha sido la pretensión absurda de endurecer regímenes legales vinculados al derecho de autor en la era de internet: regímenes legales que fueron pensados para la era de la imprenta y en cuya base había supuestos que hoy se han desvanecido. La realización de copias idénticas de contenidos digitales o digitalizables y su distribución a cualquier parte del mundo tiene un costo que tiende a cero, no es razonable entonces que esté alcanzado por la lógica de una regulación industrial: su control eficaz requeriría de un Estado policíaco que haría finalmente trizas aquellos derechos civiles que hoy se encuentran gravemente amenazados.
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OMPI quiere “fomentar la creatividad”
Documento de la Fundación Vía Libre.
El Director General de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) nos recuerda, en un texto dedicado al Día de la Propiedad Intelectual, que el lema de su organización para este año es “Fomentar la Creatividad”, y provee ejemplos de maneras en las que distintas formas de “propiedad intelectual” actúan como incentivos. Sin embargo, la tragedia de los ejemplos que la OMPI calla es mucho más elocuente que la promesa de aquellos cuyas loas canta.
OMPI menciona que el derecho de autor permite a algunos músicos proyectar sus obras a todo el mundo, pero olvida decir que difundirlas a través de redes peer-to-peer (P2P) como Bittorrent puede ser mucho más eficaz a ese fin que el recurso de someterse a las condiciones leoninas de las discográficas, las que toman control de dónde y cómo se difundirá la música, pagan regalías misérrimas (cuando las pagan), y por lo general sólo publican obras una vez que sus autores les ceden sus preciosos derechos patrimoniales sobre ellas.
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“Que se ganen los millones sudando en un escenario”
Via Mangas Verdes llegué a un imperdible artículo de Betzie Jaramillo en La Nación de Chile. Para muestra, un párrafo:
La megaestrella Robbie Williams, que ha vendido más de 41 millones de discos en el mundo, se atrevió a decir en una feria de música en Cannes: “La piratería es genial. Y nadie puede hacer nada para pararlo. Ya sé que mi compañía, mi jefe y mis contables me van a odiar por decir esto”. Algo parecido piensa el artista argentino Andrés Calamaro, y añade: “Si los conciertos están llenos, la piratería no me importa”. Y Fito Páez: “Yo, cuando tenía 15 años, compraba un disco y grababa 10”. O Manu Chao, quien junto a la precandidata a la Presidencia de Francia, Ségoléne Royal, y otras 70 personalidades, lanzaron el año pasado un manifiesto en contra de la persecución criminal de los que piratean música en Internet. Pero la poderosa industria del disco puede llegar a ser feroz. Cuando Alaska, la cantante símbolo de la “movida madrileña”, declaró que “como artista y autora soy la menos perjudicada por la piratería, porque soy la que menos gana por disco vendido”, retiraron todos sus CD de las tiendas porque no quiso retractarse. Ella, magnífica, con su desafiante melena roja, les contestó: “Estupendo, ahora mis discos serán aún más codiciados en los top manta” (como se llama a los “éxitos” de cuneta en ese país).
Imposible no leerlo completo