Los típicos regalos de un argentino para sus amigos de otros países son alfajores, dulce de leche y vinos. No es casual que estos tres rubros ocupen una importante superficie en el Free Shop de la sala de embarque del aeropuerto de Ezeiza. Si se fijan, en el Free Shop de la salida casi no existen estos rubros, y la delantera la toman los chocolates, los perfumes y el whisky.
Muchísimas veces he transportado una o dos botellas de vino para regalar. Antes del 9/11, lo habitual era que uno llevara esas botellas consigo en la cabina para evitar accidentes. Es sabido que los muchachos que realizan la estiba del equipaje, en su entusiasmo, muchas veces pueden manipular de manera un tanto brusca las valijas. A partir de las medidas de seguridad que trajo la caída de las torres esto ya no es posible -me refiero a llevar las botellas en la cabina, no a la forma en que se desempeñan los compañeros que se ocupan del equipaje. Probablemente los aviones viajen más seguros, pero el vino -y la ropa que comparte con él la críptica intimidad de la valija- ya no.
Una aclaración: las compras hechas en el aeropuerto pueden subir, por supuesto, a la cabina. El equipaje ya ha sido despachado y probablemente se encuentre en la bodega del avión para el momento en que uno decidió si malbec o cabernet, qué marca o qué precio va a llevar consigo. Pero en viajes a los Estados Unidos eso funciona así hasta el aeropuerto de llegada. Si uno tiene una conexión, debe retirar el equipaje despachado, guardar las botellas y despacharlo nuevamente hasta el destino final.
La cuestión es que mientras esperaba el tren interno del aeropuerto de San Francisco, al bajar la vista noté un charco rojo que crecía bajo mi valija. La botella en cuestión estaba dentro de dos gruesas bolsas de nylon del Free Shop, pero los líquidos suelen encontrar un camino de salida de su encierro. Por supuesto, abrí mi valija, retiré los restos de botella y bolsas, sólo para constatar que la mayor parte de tinto ya ensopaba la ropa que le hacía compañía.
Ningún pasajero del viaje en tren que siguió hasta el centro de la ciudad se animó a preguntar por el líquido rojo que goteaba de mi valija y que conforme las sucesivas aceleraciones y frenadas del tren iba expandiéndose en delgados arroyos paralelos a lo largo del vagón. La baja temperatura tanto del vino -que venía de la bodega de un avión a 10.000 metros de altura- como del ambiente, hizo que el olor alcohólico fuera apenas perceptible, dejando la duda -o la certeza, a juzgar por las expresiones y los murmullos de mis vecinos- acerca de la naturaleza de ese líquido: vino o sangre, que como enseñan la Escrituras suelen identificarse como la misma y única cosa.
Soy un novato que llegue a vos leyendo y buscando sobre casanello. Que tipo loco, trato de investigar mas sobre vos porque se que magnetto en un tiempo no te va a llegar ni a los talones(digo x el rol de responsable informatico social, la tv sera remplazada x internet y vos vas a ser uno de los que manejen la posta). X lo de wikipedia y wikimedia, felicitaciones master. Que historia loca la del vino, la sangre de cristo y que nadie diga nada no me sorprende en segunda instancia. Saludos