Las tetas del verano no han sido, esta vez, las de alguna vedette llenando la pantalla de TV en primer plano para su posterior repetición al infinito en programas de chimentos, noticieros, revistas de actualidad y suplementos de espectáculo; sino la de tres jóvenes cuyo nombre no se conoce -y sus tetas, vaya paradoja, tampoco, gracias a una prolija edición sobre los videos improvisados que recogieron la escena-, tres jóvenes, decía, que decidieron desabrocharse el corpiño en una playa de Necochea, para escándalo e indignación de la familia argentina reunida en el balneario de marras.
Ese simple -y ya casi anacrónico- acto de rebeldía valió la presencia de un batallón de policías que acudieron con la energía y la velocidad que uno quisiera cuando la ropa femenina, en lugar de ser retirada por una acto de voluntad de su dueña, es arrancada por un agresor -pero en esos casos, ya sabemos, la caballería nunca llega a tiempo.
Entre los indignados están los que usan a los niños como coartada. Me resulta francamente incomprensible. Nada hay en un par de tetas femeninas que inquiete a un niño. A menos que esté dejando de ser niño, y en ese caso la sociedad actual le ofrece tetas por doquier para saciar cualquier curiosidad que pudiera tener al respecto. En todo caso, las tetas que pudiera encontrar en una playa serán mucho más inocentes, en el sentido de la actitud sexual, que las que se encuentran en cualquier otro lado.
Otro de los argumentos que me llama la atención es el de diferenciar de manera tajante y hasta con pretendidos fundamentos científicos entre pechos femeninos y masculinos, estos últimos actualmente aprobados por la liga de la decencia pública. Pero lo cierto es que hace no tanto tiempo, tetas masculinas y tetas femeninas eran igual de indecentes y prohibidas.
Al menos en Occidente, durante miles de años la gente se metió al agua (mar, río, lago o laguna), completamente desnuda. Por cierto, no existían las vacaciones ni el concepto de ocio, y la mayor parte de la población vivía en ámbitos rurales, por lo que la distancia entre las personas ampliaba el territorio de lo privado a dimensiones hoy impensables. Cualquiera podía bañarse en bolas sin temor a ser observado. Los que vivían en condiciones más gregarias que las del campo, simplemente no estaban habituados a que el agua tomara contacto con la piel muy a menudo.
La playa como lugar de descanso y solaz es un invento muy reciente, de no más de 200 años. Lo interesante es que esta novedad hizo que se pasara de la desnudez total al ocultamiento completo de los cuerpos. Si uno repasa las normas de vestimenta de las playas del siglo 19 y comienzos del 20, por lo general tanto varones como mujeres debían estar cubiertos desde el codo hasta las rodillas. A lo largo del tiempo hubo protestas por esas normas de vestimenta no muy diferentes del acto de rebeldía de las tres chicas de Necochea: en 1907 se registraron pintorescos episodios en Sidney, Australia, porque los varones se resistían a usar una especie de camisón obligatorio, por citar un ejemplo que se encuentra documentado porque fue masivo pero no porque haya sido excepcional.
Desde entonces hasta hoy, la tela fue cediendo centímetros a distintas velocidades y por algún motivo que ignoro, se autorizó la exhibición del pecho masculino antes que el femenino. Y no sólo se trata de una diferenciación de género sino también de partes de la anatomía: hace dos o tres décadas que las mujeres pueden mostrar la cola al desnudo sin escándalo -la colaless es una simulacro de ropa: una pieza de vestimenta cuya función no es ocultar la piel sino ocultarse en la piel. Por qué culo sí y teta no, siendo que los dos tienen un lugar de privilegio en las fantasías eróticas de nuestra cultura es algo que escapa a mi comprensión.
Señalo todo esto para decir a los señores y señoras indignados que no se trata de LA MORAL (así, con mayúsculas, como claramente pretenden al alzar su voz), sino de costumbres, de convenciones sociales que cambian con las épocas y los lugares. Tiene mucho más sentido indignarse por otras cosas. Por ejemplo, con el doble rasero de considerar que hay tetas que se pueden mostrar y tetas que no. Las bailarinas del programa de Tinelli que muestran su cuerpo al compás de coreografías que simulan -sin ninguna metáfora- actos sexuales, tienen vía libre, mientras eso sucede una mujer de uniforme amenaza con ponerle las esposas a las chicas de Necochea. Y recurro al ejemplo fácil de Tinelli precisamente porque es fácil: se trata de un programa familiar en horario central en el lugar de exposición pública por excelencia que es la TV -mucho más que un balneario necochense. Al parecer, las tetas famosas que se exhiben en el escaparate televisivo pasan la vara de la decencia, pero las tetas anónimas, de mujeres comunes, representan un atentado al pudor que hay que reprimir de inmediato. Vaya hipocresía.
Tus opiniones parecen bastante adeptas positivamente a decidir sobre el aborto, sobre las tetas libres, etc. Te cito: “representan un atentado al pudor que hay que reprimir de inmediato. Vaya hipocresía”.
Mientras firmás una disposición en la querés que la vacunación sea obligatoria para retornar a la presencialidad de la UNLP sin considerar lo que cada uno decida sobre su salud, su cuerpo, sus derechos, su libertad de elegir. Eso no te parece hipócrita?