Archivo de la categoría: Mundo loco

Otra parábola de monos

De casualidad llegué a un relato muchas veces repetido acerca de un experimento con simios, de esos que tienen como objetivo comprender las conductas de los humanos a partir de la observación de estos peludos primos lejanos.

Recordé entonces un experimento que gustaba contar un querido amigo, el profesor de Economía Industrial Andrea Saba, de la Universidad La Sapienza de Roma, que él usaba para ilustrar la desmesura, avidez e improdutividad de las burocracias hipertrofiadas.

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Seguros para celulares: temporada alta de venta de buzones

Hace unos días perdí mi teléfono celular. Era un coqueto Motorola V220i, pequeño, muy completo, con conectividad USB, un lindo telefonito, en definitiva.

Fue la tarde del siete a cero, de manera que su pérdida no hizo mella en mi ánimo. Esperé hasta el martes (esa semana el lunes fue feriado) y consulté a Movistar para ver si podía recuperar, al menos, mi número, y tramitar la compra de un teléfono nuevo.
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Capitalismo infantil y fiestas salvajes

“Las fiestitas infantiles son la expresión más acabada del capitalismo salvaje”, decretó un amigo mientras se abalanzaba sobre unas papafritas. Por supuesto, estábamos en la tradicional mesa “de los grandes” de un cumpleaños infantil mientras a pocos pasos el animador se ganaba esforzadamente unos dineros con distintas habilidades circenses.

Qué lo tiró, pensará más de uno, ¿no será mucho? Es probable. Sucede que el amigo en cuestión es escritor y su profesión le impone el mandato de ser original. Como casi todos los rasgos profesionales, se ha extendido sobre su carácter como una mancha de aceite y luego de varios años de darle al teclado, ahora siente que debe ser original siempre. No podía decir “qué lindas las fiestitas infantiles”. Tampoco “las fiestitas infantiles me aburren a morir”. No, él tenía que decir algo así como “las fiestitas infantiles son la expresión más acabada del capitalismo salvaje”
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Vigilante a domicilio

Una nueva gran idea nos acaba de acercar un pasito más a la República Blumberg, ese lugar donde se entrega toda posibilidad de privacidad pero a cambio nos devuelven seguridad garantizada. En algún post anterior hice referencia a esta peligrosa fantasía que nos convierte a todos en sospechosos subvirtiendo el precepto republicano de la presunción de inocencia.

Me refiero a esta peregrina iniciativa del gobierno de la ciudad de Buenos Aires de colocar cámaras de video en las principales estaciones de subte.
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Cartógrafos indiscretos

Supongamos que una calle de su ciudad tiene un nombre que a usted le resulta ofensivo. Con toda seguridad, entre intentar que el Municipio modifique ese nombre o demandar a las empresas que hacen los mapas, usted elegiría lo primero. Sobre todo porque, naturalmente, ningún juez le prestaría atención si usted intentara echarle la culpa a los cartógrafos.

La cosa en realidad es así: usted descubre que un sitio en internet menciona su nombre asociado a alguna circunstancia poco agradable (no importa si es cierta o no dicha circunstancia). Por supuesto, al poco tiempo cuando usted introduzca su nombre en Google o en Yahoo!, entre los resultados, aparecerá esa página molesta. ¿Qué hace usted? No sé que haría usted, pero Jorgelina Citino, una ex modelo, demandó a Google y Yahoo! -las empresas que hacen los mapas-, porque un par de sitios de esos de señoritas pulposas la mencionaban. Y lo loco de este caso, es que un juez les dio la razón: no importa si esos sitios la siguen citando, pero Google y Yahoo! tienen prohibido mencionarla. Es decir, la calle sigue existiendo, pero los cartógrafos deben ignorarla.
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Copyright culinario

Entre las metáforas predilectas de los militantes por el software libre siempre ha estado aquella de la cocina: imaginemos que las restricciones del copyright se aplicaran a las recetas de cocina tal como se hace con el software. El arte de cocinar una milanesa no se podría enseñar ni reproducir sin pagar al dueño del copyright. Absurdo.

Pues bien, esa metáfora ya no sirve: nos enteramos por nuestra amiga Beatriz Busaniche que un chef alemán, a cargo de la cocina del restaurante La Pérgola, en Roma, ha solicitado copyright para sus recetas, y como nunca falta un roto para un descosido (decía mi abuela), la SIAE (la entidad de gestión de derechos de autor en Italia) ha comenzado a considerar seriamente el tema. Ya me imagino la publicidad en tono catástrofe: “Piratear recetas es un delito”.

Actualización y agregado: aquí hay una simpática historieta premonitoria.

Venta de buzones

Estafadores han existido siempre, incluso a veces, a fuerza de ingenio y creatividad, se han ganado un sentimiento cercano a la simpatía por parte de terceros (dudo que lo estafados logren desarrollar ese sentimiento).

Vendedores de buzones, tarotistas, filtros milagrosos para adelgazar, hacer crecer el pelo u otras prolongaciones de la anatomía, recetas infalibles para el amor, máquinas que prometen músculos tersos, billetes de lotería premiados o caballos ganadores.
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Radio por TV

Cuando yo era niño, mi abuelo pasaba las tardes de domingo sentado inmóvil, en apariencia dormido, mientras sujetaba sobre su barriga una pequeña radio portátil que transmitía los avatares futboleros de su querido San Lorenzo de Almagro.

Apenas si hacía un gesto de satisfacción cuando los de Boedo encontraban el arco rival; los goles del contrario, en cambio, rara vez los escuchaba porque ante cada jugada de riesgo para los azulgranas, giraba unos milímetros la perilla del dial y por un rato perdía la sintonía con la esperanza de que el rival de turno perdiera a su vez la pelota.
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